Opinión

El tapado (VI)

Por Juan José Rodríguez Prats


El sexenio de Vicente Fox fue una oportunidad perdida para avanzar en lo que consigna el texto constitucional: ser una república federal, democrática, representativa y laica. ¿Las causas? Mezquindad y falta de habilidad política. 

Al inicio del gobierno, desde la oposición, se dieron dos actitudes antagónicas: quienes rechazaban todo lo que el presidente proponía y quienes estaban por aprobar lo que consideraban benéfico para México. El momento fue definido claramente: “El Ejecutivo propone y el Legislativo dispone”. Para mal de las actuales y futuras generaciones, no hubo acuerdos. A las expectativas generadas por la transición democrática no se respondió con las reformas para consolidar el cambio. 

 No hubo tapado en la sucesión presidencial. Felipe Calderón ganó la elección interna en el PAN y la constitucional. Fox cumplió con lo esencial: sacar al PRI de Los Pinos y entregar el poder a un correligionario, un panista de cepa que incurrió en algo inercial en nuestra historia: se olvidó de los principios para gobernar, avasalló a su partido e intentó designar sucesor. Josefina Vázquez Mota nunca fue de su agrado. 

Enrique Peña Nieto no hizo más que ocupar un vacío. 

Gobernaba el estado con el mayor padrón electoral, hizo alianzas —por llamarlas de alguna manera— sospechosas y con mucho dinero se hizo de una estructura imbatible. Nuevamente, el candidato derrotado fue Andrés Manuel López Obrador. En esta ocasión y en contraste con su costumbre de denunciar fraudes electorales, su reclamo fue notoriamente menor. 

 El periodo 2012-2018 de ninguna manera se corresponde ni en la forma ni en el fondo, con los gobiernos priistas anteriores. La descomposición fue tremenda y el deterioro institucional grave. Por fin arribó un gobierno dizque de izquierda, sembrando grandes esperanzas. 

 ¿Qué más podríamos agregar a lo ya dicho? Acudo a ideas expresadas por don Adolfo Ruiz Cortines: “El principio es sencillo y se acata: el Presidente designa a los gobernadores, senadores y a su sucesor; los gobernadores a sus diputados locales; los sectores del partido a los diputados federales y el pueblo a los presidentes municipales, pero no por métodos sofisticados, sino mediante consulta a los líderes de las fuerzas vivas”. Otro postulado: “Los cinco minutos más importantes de los seis años de un presidente son los previos al destape del sucesor”. Expresaba sin rubor: “El PRI es un traje a la medida del pueblo de México”. Palabras similares escribió Jorge Castañeda en su libro La herencia: “México se impuso a sí mismo el priismo que es la quintaesencia del carácter nacional”. 

A mi juicio, del periodo arbitrariamente relatado, se desprenden las siguientes lecciones: 

 1. La Revolución Mexicana generó un sistema con principios no escritos, rigurosamente acatados, que permitió la transmisión del poder sin violencia. 

 2. El de Plutarco Elías Calles fue el último proyecto transexenal. 

 3. El PRI, concebido como una medida transitoria e imbricado con el gobierno, propició una política incluyente y actuó con oficio y profesionalismo para dar paso a un Estado de derecho. 

 4. Había un andamiaje ideológico con el consecuente discurso político que revestía de una aparente legitimidad al aparato gubernamental. 

5. En general, la integración del gobierno en sus diferentes niveles no era faccioso. 

6. Se lograban acuerdos y había puentes de entendimiento con la oposición. 

 7. Se creó una burocracia que, con muchas deficiencias, otorgaba los servicios elementales. 

8. En cada periodo se instrumentaron cambios para responder a las demandas populares. 

9. Se puede afirmar que la clase política se involucró y, de alguna manera, todos fuimos cómplices de su permanencia. 

10. Evidentemente, sin democracia y con altos niveles de negligencia y corrupción, se agotó y perdió viabilidad. Rumbo al 2024, el tapado regresa. El reto es mayúsculo.