Opinión

Fútbol, humor y homofobia

Por Ricardo Homs


Inocentadas simpáticas… ¿o agresión disfrazada de humor?

Conapred, la institución mexicana encargada de combatir la discriminación se ha manifestado en contra de estas manifestaciones culturales, a partir de que la FIFA inició un procedimiento disciplinario contra nuestra selección por este comportamiento de la afición mexicana en el mundial de Brasil, detonado por la denuncia de La Red de Futbol Contra el Racismo en Europa (FARE, su denominación en inglés), contra las porras “homófobas” escuchadas en  el partido de México contra Brasil, el lunes pasado, cuando la palabra “putoooo” retumbaba en el estadio cuando Julio César, portero del equipo contrincante a nuestra selección tomaba el balón.

Es de reconocer que quienes se dieron el lujo de invertir en el costo del viaje y los boletos para este partido, pertenecen a la elite socioeconómica de México y supuestamente y forman parte de quienes tienen mayor nivel académico y educativo, lo cual no refleja de ningún modo nuestro folclor, ni sus actitudes son manifestaciones totalmente populares.

Son ejecutivos y empresarios mexicanos que junto a su familia o amigos tuvieron la capacidad de disponer del tiempo para darse este gusto.

Sin embargo, -aún con esta condicionante sociocultural-, esta conducta refleja mucho de la estrecha vinculación del mexicano con el lenguaje y el uso del humor.

En México esta condena internacional fue tomada como una exageración y generó expresiones humorísticas en redes sociales, tratando de justificar que el significado de esta porra era más una manifestación de humor grupal, que una agresión consciente e intencional. Haber retado a la comunidad internacional por haberse incomodado, fue un gran motivo de satisfacción grupal, enmarcada en una gran dosis de exhibicionismo.

A través del humor el mexicano manifiesta su pertenencia a un grupo durante eventos masivos y da fe de su identidad grupal.

Además, las conductas exhibicionistas que se manifiestan con gran sentido del humor durante los partidos en el extranjero, hacen patente la gran creatividad mexicana, exhibida a través de sofisticados disfraces, -como se constató en Fortaleza-, con caballeros azteca, charros, enmascarados, el chavo del ocho y otros personajes más que hoy son parte de nuestro folclor urbano contemporáneo.

Sin embargo, más allá de la justificación de la gran variedad de significados de la palabra “puto” y lo que se quiere expresar cuando la afición la corea en un estadio, debemos reconocer la compleja relación del mexicano con el lenguaje y su capacidad para enmascarar significados e intenciones, lo cual queda de manifiesto en la comicidad comercial, pues a diferencia de los comediantes extranjeros, -que nos  hacen reír con sus actitudes, gestos y el lenguaje corporal, rayando en el absurdo y muchas veces ridiculizándose a sí mismos-, nuestros comediantes hacen alarde de ingenio a partir de del uso del lenguaje.

A pesar de todas las racionalizaciones que podamos hacer respecto a nuestra desbordada idiosincrasia, debemos reconocer que aún hoy la transculturización que se deriva del fenómeno globalizador, -que de forma evidente está cambiando conductas, hábitos e incluso valores sociales-, no ha logrado erradicar la tendencia nacional hacia la discriminación.

Aunque nos duela reconocerlo, en nuestros genes nacionales está enraizado el espíritu de la discriminación.

Aunque las formas cambien y las declaraciones que se cuelgan en posters pequeños en las paredes de los establecimientos comerciales manifiesten lo contrario como una exhibición de buenas intenciones, -socialmente correctas y estereotipadas-, la realidad es que seguimos siendo un pueblo altamente discriminativo.

Discriminamos por razones étnicas, dando prioridad a los perfiles europeos occidentales por encima de los locales. La publicidad televisiva nos lo muestra en todo momento, igual que los ofrecimientos de empleo cuando se refieren a “excelente presentación”. Las orientaciones sexuales por supuesto que son discriminatorias y nuestra comicidad lo exhibe profusamente. Niveles socioeconómicos son otro gran motivo de discriminación con base en la apariencia. La nacionalidad de los extranjeros en México tampoco se escapa a nuestro sistema clasista y los centroamericanos se llevan la peor parte.

El indigenismo sólo vive en los discursos oficiales y cuando viajamos al extranjero. En el día a día los indígenas son discriminados. Por supuesto que la lista de parámetros de discriminación aquí no acaba, incluyendo que los salarios entre hombres y mujeres no son iguales aun tratándose de cargos y responsabilidades similares.

Aún hay un largo camino que recorrer para poner a México al día con lo que debiese ser el abatimiento de la discriminación para tener un país más justo y equitativo.

Y por supuesto… que cuando gritamos “putooo” al portero, lo estamos agrediendo a él y a quienes tienen la orientación sexual a la que se hace referencia con esta denominación en un tono denigrante. Todo lo demás que digamos, -para justificarnos como país frente a la amonestación de la FIFA-, son simples racionalizaciones.