Opinión

Amor que se atreve a decir su nombre

Por Ivonne Moreno


Cada libro en mis manos, es un estado de júbilo y más si se trata de autores referenciados por su calidad gráfica o entrañable afecto como el caso de Juan Vicente Melo y Luis Arturo Ramos de quienes he permanecido cercana.
Me gustaría además de recomendarles la presente antología es hacer plausible mi manifiesto a la labor de Mario Muñoz y León Guillermo Gutiérrez pues no solo lograron hacer una exquisita selección de cuentos sino en el caso de Mario escritor conducente al paradigma social y a su rompimiento en cuanto al soslayo y marginación de las personas de preferencias sexuales diferentes, recuperó a la historia de la cultura como crónica de la represión para reivindicar actitudes sumisas en aras precisamente de lo opuesto, la contracultura revalorándola y confirmando la condición latente del clamor de las voces inconformes, escala donde León Guillermo, contextualiza lo proclive a la homofobia, planteando ambos con hábiles puntos analíticos, la cuentística alusiva a lo gay, jugando con el color de las penas de amor, tendencia para exonerar a Judas y al dolor ( antítesis de la canción de Sonia López en alusión al cuento de Luis Zapata: De amor es mi negra pena.
Amor que no se atreve a decir su nombre (Antología del Cuento Mexicano de tema gay) me remitió en cuanto a narrativa universal y concatenada con sentimientos homosexuales a textos como El Satiricón de Petronio, De profundis de Oscar Wilde y Muerte en Venecia de Thomas Mann, incluso a Orlando de Virginia Woolf inspirado en Vita Sacksville-West, es calificado por su hijo Nigel Nicolson, editor y biógrafo, “ la carta de amor más larga y encantadora de la historia de la literatura” por citar algunos, encontrando en ellos planteamientos estéticos gráficos afines en esta Antología, pues la temática se conecta con la soledad y el desamor: Los amigos de Juan Vicente Melo, Opus 123 de Inés Arredondo y Sebastián de León Guillermo Gutiérrez, relatos donde al final de cuentas, la balanza se inclina más hacia el deterioro del alma, la angustia y lo aciago de la circunstancia amorosa sea cual sea esta su naturaleza.
La antología, “Amor que se atreve a decir su nombre”, es como tal parafrasea León Guillermo en su prólogo a Alfonso Reyes el resultado en sí de una historia literaria, pero con un plus, pues suma criticidad al pasado y da de decurso de nuestros días, el acierto de dibujarnos los horizontes y pormenores de los distintos atisbos de carnalidad en varias esferas sociales: Todos somos Vecinos de Dolores Plaza o Doña Herlinda y su hijos, relatos estereotipos de sexualidad reprimidas en aras de un conducta patética y sórdida producto de mentalidades de falsa moral.
“Amor que no se atreve a decir su nombre” encuentra en la cabalística de la narrativa los sueños a guisa de Luis Arturo Ramos, una prerrogativa para extender al cuerpo al objeto del deseo siempre y cuando se liberen las actitudes lúdicas como en Solo era un Juego de Víctor Rejón, para estar seguros de verdadero o no de los sentimientos: El Gran Amor de su vida de José Joaquín Blanco o Verdadero Amor de Ana Clavel o de actitud pueril: Los Zapatos de la princesa de Guillermo Samperio.
En el amplio abanico de manifestaciones corporales e ideólogicas esta Antología nos permite acercarnos a los universos disímbolos de las tendencias amatorias múltiples, riesgosas, sublimes, otro tanto oscuras; El Hábito oculto de Ignacio Betancourt, donde el placer te lleva a la muerte, algunos en ciernes de la búsqueda del reconocimiento como alimento del artista, como en excelente cuento de Enrique Serna y otras en puntos suspensivos en interrogantes de aquellos seres de la opacidad y el camuflaje, pero al fin y al cabo todos, todos sumergidos en el vértigo del amor, lucha frecuente entre el cuerpo, deseo y pensamiento.