Opinión

¡Basta! No es negociable el maltrato

Por Trixia Valle Herrera


Increíble resulta la manera en que hemos justificado lo injustificable hasta un punto de no regreso… Increíble ver cómo se defiende y justifica el mal, avocando a derechos de la persona, sin importar que sus actitudes violenten, maltraten y pongan en riesgo a otros.

Un estado de derecho es el resultado de un conjunto de ciudadanos que -uno a otro- hacen cumplir dichos derechos, siendo el principal de los derechos el ser respetado (lo cual incluye no violentar, ni pegar, ni empujar, ni difamar, ni excluir, ni burlarse, ni ridiculizar, ni denigrar, ni poner apodos, ni pegar chicles, ni ofender sexualmente, entre muchos, muchos, muchísimos otros). Mientras haya una persona que violente los derechos del otro, ya valió… puesto que no hay estado de derecho a menos que todo el mundo obedezca un buen comportamiento hacia el otro.

¡Ah! Pero ahora resulta que si tienes una historia telenovelezca de cómo es tu situación de vida, pareciera que ello justificara el mal comportamiento presentado. “Tiene muchos problemas”. “sufre violencia”, “es el resultado de un Estado fallido”, y así vemos miles de excusas que eximen a algunos de portarse bien.

Claro ejemplo de ello, lo vemos en la opinión pública respecto al niño “Diego” de la escuela José María Mata de la Colonia del Valle en la Ciudad de México, quien cursando 5º de primaria ha realizado graves faltas de respeto hacia sus compañeros, sin que se le pueda sancionar hasta que los padres de familia decidieron manifestarse para exigir respeto a sus hijos. Y cabe mencionar, que esto no es culpa de los maestros ni directivos, ya que ellos -al parecer- estaban de acuerdo en tomar medidas correctivas y disciplinarias hacia el menor, buscando mejorar su comportamiento por su propio bien. Lo que sucede es que por “estructura y reglamentos internos”, avocando al derecho a la educación que tiene todo mexicano, hoy es imposible expulsar a un menor HAGA LO QUE HAGA. Y ahora que fue expulsado algunos dicen: “¡Uy no! ¡Pobrecito… ¿qué va a hacer?, no se vale!”. Yo me pregunto, ¿y sus compañeros violentados no tienen derechos? ¿cómo va a aprender Diego si nunca recibe una consecuencia por sus actos? Lo que sí es importante es que el menor reciba atención psicológica -y si en necesario psiquiátrica- para ayudarlo, apoyarlo, atenderlo, protegerlo y cuidarlo, incluso de sí mismo. Pero mientras tanto, tenemos la obligación de cuidar el bien común, el bien de la mayoría, el bien de la educación y el bien del estado de derecho.

Mantener a un menor en el sistema educativo sin importar sus acciones, puede parecer muy correcto y constitucional. Sin embargo, resulta poco formativo, correctivo y pedagógico para los menores, quienes sabiendo “que nadie les puede hacer nada”, hacen lo que se les pega su regalada gana en el momento en que se les antoja, sin importar si hieren, maltratan, violentan o incluso infringen los derechos de los otros. Por ahí, una diputada muy encargada de la comisión de niñez burlonamente me dijo que la única obligación de un niño es hacer su tarea… Ja, ja, ja… ¡cómo se río de mí con su argumento! Sin embargo, cada vez que el bullying aparece, yo no me río, ni me burlo de nadie, sino simplemente recalco que no hay estado de derecho si cada persona no cumple con los derechos del otro. O bien, como lo dijo Don Benito Juárez acertadamente: “el respeto al derecho ajeno es la paz”. Bueno, pero ahora si a ti te pasan cosas en tu casa o te tratan mal o tienes un trauma o tienes problemas… ya no tienes que cumplir con esa máxima porque “ay oye, pobre de ti que sufres”.

¿Te has puesto a pensar que si cada uno de nosotros nos instalamos en nuestra telenovela personal para darle y darle todo el día razones a nuestro mal comportamiento, las vamos a encontrar? Así, si cada uno justifica su mal, en vez de buscar el ser mejor -a pesar de los pesares, a pesar de las circunstancias personales y a pesar del daño recibido- no habría proyecto de país sustentable. Y cito al célebre José Vasconcelos:

 “Lo que excusa la mezquindad de nuestros actos es que cuando los vivimos, padecemos, y es el caudal del dolor sufrido lo que al cabo determina la misericordia y liquida la expiación.”

¿Acaso podremos resucitarlo? En verdad que lo necesitamos de regreso.