Opinión

Cacería de Brujas

Por Ricardo Homs


José María de la Torre, -obispo de Aguascalientes-, se encuentra en el ojo del huracán por sus declaraciones en contra de los matrimonios entre personas del mismo sexo y la posibilidad de que puedan adoptar hijos.

Este caso nos ofrece una oportunidad para la reflexión en el ámbito general de este problemática, que está confrontando a los sectores vanguardistas de la sociedad contra quienes son tradicionalistas.

Las posiciones encontradas que se generan a partir de la legislación en contra de la discriminación de personas, -por el motivo que fuere-, se han radicalizado y han excedido el ámbito de lo razonable y justo.

La falta de una delimitación de fronteras para identificar el momento exacto en que una opinión externada al amparo del derecho a la libertad de expresión se convierte en una ofensa que debe ser penalizada porque representa un acto de discriminación, ha generado un ambiente de linchamientos que es inaceptable.

México es un país plural en todos los ámbitos y debemos reconocer a todos los sectores su derecho a tener su propia opinión y hasta donde sea razonable, -sin afectar a terceros-, su derecho a expresarse en entera libertad.

En el contexto actual se vive en México un ambiente en el que los ciudadanos debemos reprimir nuestro derecho de expresión ante la amenaza de ser demandados por alguna organización civil que se considere afectada.

Hemos perdido como sociedad la capacidad de debatir porque han surgido temas "tabú" que de plano es peligroso abordar.

Este ambiente represivo e intolerante que estamos viviendo limita la libertad de expresión en un contexto de respeto, donde simplemente pensar diferente en temas delicados ya es interpretado como una agresión a un grupo vulnerable.

Parece ser que no hemos percibido que al defender los derechos de unos, se vulneran los derechos de otros y si no se fijan los criterios precisos para entender los límites, se empezarán a cometer injusticias al amparo de clichés que define lo que es socialmente incorrecto.

CONAPRED debe propiciar un debate serio que genere un contexto de certidumbre y respeto entre el ejercicio de la libertad de expresión y el riesgo de agresión verbal a grupos vulnerables.

El caso de las polémicas declaraciones del obispo José María de la Torre nos muestra el escabroso terreno de los límites a la libertad de expresión en el ámbito moral.

Seguramente algunos términos usados por este ministro religioso fueron "indelicados" porque impactan la sensibilidad de una comunidad que merece respeto ilimitado.

Sin embargo, aceptar que ésto pueda tener implicaciones judiciales como pretenden algunos grupos sociales, es extralimitar el alcance de este asunto.

La tolerancia y el respeto a las opiniones ajenas debe demostrarse y ejercitarse desde los dos extremos en controversia, porque definitivamente no debe haber temas tabú.

Con toda certeza, -así como existe un amplio sector de la población mexicana que acepta con agrado que se legisle a favor de las bodas entre personas del mismo sexo y que éstas puedan adoptar niños-, también debemos respetar el derecho a opinar y expresarlo públicamente, del sector de la población que considera lo contrario.

Tendemos a pensar que los intolerantes son "los otros" y nosotros solamente somos víctimas. Esa actitud se está dando en muchos organismos civiles que representan a sectores minoritarios de la población, que tradicionalmente han sido discriminados. Sin embargo su beligerancia los ha convertido en intolerantes.

Sólo descubrimos la intolerancia cuando ésta se manifiesta con agresión física. Sin embargo, esta actitud se está dando en nuestro rededor, como está sucediendo con los grupos islámicos, que asumiendo el rol de víctimas, hoy están sembrando el terror entre los cristianos.

De la intolerancia verbal a la física sólo hay un paso.

Sólo en los regímenes totalitarios y en las dictaduras se limita el derecho a la libertad de expresión. Si no tenemos cuidado, -en un supuesto extremo-, llegaremos al caso que se vive en el mundo islámico, donde un segmento de la población pretende imponer por la fuerza sus propios criterios morales a los demás sectores sociales.

La madurez de una sociedad se manifiesta en la tolerancia y el respeto a las opiniones divergentes y con ello la posibilidad de debatir un tema en un ambiente de respeto.

Más allá de las posturas coyunturales respecto a casos específicos, la CONAPRED debiese promover un ambiente de tolerancia y respeto al derecho de expresión y por tanto, al ejercicio del debate siempre y cuando no se llegue a la agresión verbal y menos aún física.

Del mismo modo en que la sociedad debe ser firme no permitiendo actos discriminatorios, -verbales o de acción-, se debe garantizar, -hasta donde sea éticamente defendible-, el derecho a la libertad de expresión.

Una sociedad no es madura sólo porque tiene leyes de vanguardia, sino porque se ejerce la tolerancia y el respeto frente a las opiniones de quienes piensan diferente a nosotros.

¿Usted qué opina?