Opinión

Reflexiones en el devenir de mi vida 3

Por Ramón de la Peña


Después de compartir con ustedes mis 10 mensajes les tengo que comentar que lo más triste para mí es tener el pecado de omisión

Hace tiempo recibí un mensaje por Internet que me recordó una canción-poesía "El abuelo" de Juan Salvador, quien nos dice: "La vida es una gran tipa, tú le pides a la vida, pero dime qué le ofreces. Y esto no lo olvides nunca mi nieto, pídele lo que mereces. No hables de lo que no sepas, al hablar sé muy sincero. Y no te pases la vida en milongas ni malgastes tu dinero. Sin llegar a la vagancia busca nuevas aventuras. Y recuerda que la hembra y la fruta ni muy verdes ni maduras".

Pero regresando al mensaje de Internet, me impactó el comentario que un abuelo próximo a morir le hizo a su nieto. "Hoy es día de inventario, hijo. El inventario de las cosas perdidas. En el lugar de donde he venido, las montañas son altas. Siempre deseé subir a la cima. No lo hice nunca. No tuve tiempo ni coraje. Recuerdo al párroco del pueblo. Admiraba su generosidad, pero tuve miedo de comprometer toda mi vida como él. También quise estudiar, pero la economía pobre de mis padres no me lo permitió".

Y continua el mensaje con un gran sentimiento de culpa por parte del abuelo: "Durante los más de 50 años que viví casado con tu abuela, sólo tres o cuatro veces le dije 'te amo'. A los hijos no se los dije nunca, estos días he descubierto que el pecado más grande es el pecado de omisión: no haber hecho en la vida todas aquellas cosas buenas que hubiese podido hacer para bien de los demás".

Quien resalta de una manera extraordinaria la necesidad de eliminar el pecado de omisión es Margaret Sangster, quien nos dice en su poesía: "No es lo que has hecho, sino lo que no has hecho lo que te causara congoja al caer el sol. La tierna palabra olvidada, la carta que no escribiste, las flores que no enviaste, la piedra que no apartaste del camino de tu hermano; el consejo alentador que no te atreviste a dar; esa caricia afectuosa, esa palabra amorosa en la que nunca pensaste sumido en tus propias cuitas. Esos pequeños actos de bondad tan fáciles de olvidar, la ocasión de ser ángeles que tenemos los mortales" Termina su poesía excelentemente al recordarnos: "La vida es breve en demasía y las penas en demasía grandes, para tolerar una compasión lenta que en demasía posterga".

Finalmente les dejo para su reflexión dos comentarios finales. El primero del Padre Ricardo Búlmez, quien nos recomienda: "Cuida a tu pareja y no tanto a tu familia". Cuando leí el mensaje me dije, "qué raro consejo", pero el Padre lo explica de la siguiente manera: "¿Ustedes han oído decir a alguien, ahí va mi ex hijo, allá va mi ex padre? No, ¿verdad? Pero sí han oído mucho, allá va mi ex pareja". Usted no puede decir, asegura el Padre, "Aquella señora que va pasando por allá fue mi madre por 35 años". Y termina su recomendación diciéndonos no olvidemos que tener una pareja es como cuidar una flor. Si una flor no se riega, se muere, y si se riega mucho también se muere. Hay que poder y saber cuidar nuestra flor.

El segundo comentario está relacionado con la interacción que tuvo un periodista con un agricultor muy exitoso por la calidad del maíz que producía y vendía. El reportero le preguntó si podía divulgar el secreto para tener un maíz de tal calidad que siempre ganaba el concurso al mejor producto.

El agricultor confesó que se debía a que compartía su semilla con los vecinos. ¡Ah, caray! Se asombra el reportero, sobre todo sabiendo que bajo las reglas normales de la competencia no es recomendable compartir. "¿Por qué comparte su mejor semilla con sus vecinos, si usted compite con ellos en el concurso?", preguntó el reportero. "Verá usted", dijo el agricultor. "El viento lleva el polen de un sembradío a otro. Si mis vecinos cultivaran un maíz de calidad inferior, la polinización cruzada echaría a perder la calidad del mío. Si siembro buen maíz, debo ayudar a que mi vecino también lo haga".

La recomendación final del mensaje es algo que todos debemos de interiorizar; lo mismo ocurre en nuestra vida. Quienes puedan vivir bien, deben ayudar a que los demás vivan bien, porque el valor de una vida se mide por las vidas que toca. Quienes optan por ser líderes comunitarios, deben ayudar a que la comunidad mejore en su conjunto, pues el bienestar de cada uno debería estar unido al bienestar común.